La bomba lapa, ¿Error por el clicbait o una perfecta sinfonía en favor del gobierno?
Cuando tu propio bulo te estalla en contra
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ToggleEl escándalo de la bomba lapa
Hace poco estalló un escándalo en los medios de comunicación de España que parecía sacado de una película. Según varios titulares, un capitán de la Guardia Civil, que antes trabajaba en la unidad especial UCO y ahora trabaja para el gobierno de Isabel Díaz Ayuso, supuestamente había dicho en un mensaje que quería ponerle una bomba lapa al coche del presidente Pedro Sánchez.
¿Una bomba? ¿Un atentado? La noticia corrió como la pólvora. Apareció en televisiones, radios, periódicos y redes sociales. Los programas hablaban de “odio”, de “violencia”, de “golpismo”. Algunos políticos hasta pidieron que echaran al capitán de su puesto. Se hablaba de él como si fuese un terrorista.
Pero luego pasó algo: no era verdad.
Días después, algunos periodistas y medios más serios revisaron el mensaje completo y se dieron cuenta de que el capitán no estaba hablando de poner una bomba a Sánchez, sino bromeando, en un chat privado, con que el gobierno podría ponérsela a él por investigar la corrupción. Es decir, se refería a sí mismo, no al presidente. Pero esa parte del mensaje fue recortada y sacada de contexto.
Entonces la pregunta es clara: ¿Fue todo esto un simple error de interpretación, un “fallo de lectura” como han dicho algunos? ¿O fue una jugada bien pensada para hacer daño político usando los medios de comunicación como altavoz?
Este artículo va a repasar todo lo que ocurrió, quién dijo qué, quién se equivocó, quién manipuló, y sobre todo, qué significa todo esto para el periodismo, la política y la verdad en España.
Cronología del bulo: Del WhatsApp al titular
Todo empezó con unos mensajes de WhatsApp entre un excapitán de la UCO (una unidad de élite de la Guardia Civil) llamado Juan Vicente Bonilla y un confidente suyo, un empresario. Eran charlas privadas, como las que podrías tener tú con un colega rajando del gobierno.
En una de esas conversaciones, Bonilla, hablando de las consecuencias que podría tener su trabajo como investigador de corrupción, bromeó diciendo algo así como:
“Por hacer esto, o me dan una medalla… o me ponen una bomba lapa… o me manda un sicario venezolano.”
Era sarcasmo. Estaba diciendo que el gobierno, en vez de premiarlo, podría acabar haciéndolo desaparecer. Pero nadie en ese mensaje habla de ponerle una bomba al presidente Pedro Sánchez. Todo lo contrario: hablaban de que a Bonilla le podrían hacer algo por lo que estaba investigando.
Pero entonces, el medio digital elplural.com sacó parte de esa conversación… y cortó justo la parte clave. Publicaron una versión recortada donde parecía que Bonilla y su confidente estaban fantaseando con atentar contra Sánchez. El titular decía que Bonilla “soñaba con poner una bomba lapa al presidente”.
Desde ahí, la historia explotó.
Medios grandes como eldiario.es, Público, TVE, La Sexta y muchos más repitieron la noticia sin verificar nada. Algunos incluso editaron imágenes del chat para borrar las partes que cambiaban por completo el sentido del mensaje. Otros hablaron del tema en televisión como si se tratara de una amenaza real de terrorismo.
Durante varios días, políticos del PSOE y otras formaciones hablaron en público como si la historia fuera cierta. Pedían dimisiones, hablaban de “odio”, de “discursos peligrosos” y hasta de “fantasías golpistas”.
Pero todo era mentira. Un bulo. Una historia basada en un mensaje descontextualizado.
Cuando The Objective, otro medio digital, publicó la conversación completa, se descubrió el pastel. El mensaje había sido manipulado a propósito o con una gran torpeza, pero ya era tarde: el daño ya estaba hecho. El escándalo ya había llenado portadas, tertulias y redes sociales.
¿Error humano o manipulación intencionada?
Cuando se descubrió que todo era falso, muchos medios salieron diciendo que había sido un “error de comprensión lectora”. Que no se habían dado cuenta del contexto. Que publicaron lo que creían que decía, pero que no lo habían revisado bien.
¿De verdad?
Pensemos un momento:
¿Es creíble que periodistas profesionales, con acceso al sumario completo y a los mensajes originales, no supieran lo que decía realmente?
¿O es más probable que sí lo sabían, pero decidieron contarlo de otra manera para hacer ruido, crear escándalo y dañar políticamente?
Hay detalles que hacen dudar mucho de la versión del “error inocente”:
Cortaron partes del mensaje original en las capturas que mostraron en televisión. Justo las partes que dejaban claro que Bonilla hablaba de sí mismo, no de Pedro Sánchez.
Titularon con frases falsas como “Quería poner una bomba a Sánchez”, cuando eso nunca se dijo.
Algunos periodistas y medios no rectificaron nada, y otros lo hicieron tarde, en pequeños cambios sin pedir perdón.
Incluso cuando ya se sabía la verdad, hubo políticos y presentadores que siguieron hablando como si fuera cierto.
Por eso, mucha gente ya no se cree que esto haya sido un simple error. Demasiada coincidencia, demasiado bien coordinado. Parecía más bien una jugada de manual: lanzar una bomba mediática, repetirla en todos los medios afines, y luego, si se descubre el bulo, minimizarlo o echarle la culpa a otro.
Y lo más grave: mientras los medios jugaban con esto, la reputación de una persona fue destrozada. Y se sembró el miedo, el odio y la confusión en la sociedad. Todo por una noticia falsa.
Así que la pregunta sigue en el aire:
¿Fue un despiste? ¿O fue una jugada calculada, con guion y reparto incluidos?
Recogida de cable: Rectificaciones tardías
Cuando ya no quedaba otra, algunos medios tuvieron que recular. Después de haber lanzado titulares explosivos, muchos empezaron a borrar tuits, cambiar titulares y modificar artículos. Pero lo hicieron en silencio, sin pedir perdón, y sobre todo, cuando el daño ya estaba hecho.
Por ejemplo:
El medio eldiario.es cambió su titular original (“Un capitán de la UCO dijo que había que poner una bomba lapa a Sánchez”) por uno más suave: “Los ataques al gobierno de un capitán de la UCO…”.
Televisión Española también editó su web: donde antes decía que Bonilla “defendía poner bombas lapa a Sánchez”, ahora solo lo mencionan como “ex capitán de la UCO”.
La Sexta, en uno de sus programas, rectificó en antena, diciendo que “atribuyeron por error” la intención de atentar contra Sánchez, y que en realidad la bomba lapa era una amenaza contra el propio Bonilla.
¿Y los responsables de difundir el bulo?
Algunos, como elplural.com, no rectificaron nada. Dijeron que ellos habían contado todo bien y que si otros lo interpretaron mal, no era culpa suya. Aunque, claro, en su nota original sí hablaban de la bomba lapa en tono sensacionalista, y sus propios periodistas la mencionaron varias veces en televisión.
También hubo periodistas que sí reconocieron el error públicamente. Por ejemplo, Rodrigo Vázquez, presentador en TVE, escribió en X (antes Twitter):
“Lo siento en el alma, fue un error incomprensible (…), pero fue un error. Seguiremos trabajando para que no vuelva a suceder.”
Pero la mayoría de medios prefirió mirar hacia otro lado. Como si nada hubiera pasado. Como si difundir una mentira tan grave fuera algo normal.
El problema es que, cuando un bulo ya ha circulado por todos lados, la corrección no llega tan lejos. La mentira da la vuelta al país en minutos; la verdad apenas se arrastra. Y en este caso, la mentira sirvió muy bien a ciertos intereses políticos.
Así que sí: algunos recogieron cable. Pero fue después de haber incendiado el bosque.
El rol del clickbait y la guerra del relato
Vivimos en tiempos donde muchos medios de comunicación ya no buscan tanto contar la verdad, sino llamar la atención como sea. Y ahí entra el famoso clickbait, que en español es básicamente “titulares trampa” para que hagas clic, aunque luego la noticia no diga lo que promete.
¿Y qué mejor forma de atraer clics que con un titular escandaloso como «Un guardia civil quiere poner una bomba al presidente»?
Eso vende. Eso se comparte. Eso se vuelve viral.
¿Verdad o mentira? Da igual. Lo importante es que lo veas.
Pero el problema va más allá del clickbait. Aquí no solo se buscaba audiencia. Aquí había una guerra por el relato.
Por un lado, había medios y voces denunciando que el gobierno estaba persiguiendo a la Guardia Civil (UCO) porque investigaba corrupción dentro del propio gobierno.
Por otro lado, desde algunos sectores políticos y mediáticos querían cambiar el foco: ya no se hablaba de corrupción, sino de que un «guardia civil franquista y violento» soñaba con matar a Sánchez.
Así, el relato se da la vuelta: de “el gobierno intenta tapar la corrupción” pasamos a “la derecha quiere matar al presidente”.
Y lo más inquietante es que todo se alinea muy bien:
El primer titular aparece justo cuando el gobierno está bajo presión por casos de corrupción.
La historia se repite al mismo tiempo en todos los canales, como si hubiera una estrategia coordinada.
Los mismos presentadores y políticos dicen frases casi idénticas en distintas plataformas.
Y cuando se descubre la manipulación, nadie investiga quién fue el primero en recortar el mensaje, ni quién filtró los pantallazos ya editados.
En otras palabras: no parece solo un error periodístico. Parece un movimiento bien pensado dentro de esa guerra por controlar lo que la gente cree, piensa y comenta. Una guerra donde la verdad importa poco si el escándalo sirve a tu causa.
Implicaciones políticas: ¿Neutralidad o militancia mediática?
Este escándalo no se quedó solo en los medios. Saltó directamente al terreno político, y ahí es donde más se notó que esto no era solo una metedura de pata.
Ministros del gobierno, diputados y portavoces del PSOE salieron a hablar como si el bulo fuera cierto. Algunos llegaron a decir frases como:
“Hay cargos públicos que fantasean con asesinar al presidente del Gobierno.”
“No podemos tolerar este discurso golpista.”
¿En serio? ¿Basado en un mensaje malinterpretado (o peor aún, manipulado)?
Y lo más grave: muchos de esos políticos tenían acceso al sumario, al mensaje completo. Sabían lo que decía en realidad, pero decidieron repetir la versión falsa. ¿Por qué? Porque les venía bien para atacar a la oposición, en especial al gobierno de Isabel Díaz Ayuso, que había contratado a Bonilla después de su paso por la UCO.
El caso se convirtió en una herramienta política. La historia perfecta para acusar a la derecha de ser violenta, peligrosa y antidemocrática. Y si encima se podía señalar a Ayuso, mejor todavía.
Al mismo tiempo, los medios que difundieron el bulo parecían estar completamente alineados con ese discurso. Y eso plantea una pregunta muy incómoda:
¿Hasta qué punto algunos medios en España están actuando como militantes de un partido político, en lugar de como periodistas?
Porque cuando un medio informa mal por error, lo reconoce y corrige. Pero cuando repite algo falso, lo amplifica y no lo corrige aunque tenga los datos, eso ya no es un fallo. Eso es intención.
Y en este caso, todo apunta a que se usó una historia falsa como arma política. No fue casualidad. Fue una jugada muy bien medida en una batalla por el poder, donde la verdad fue lo de menos.
Ética periodística en crisis
Una de las cosas más tristes que deja este escándalo es la sensación de que la ética periodística ya no importa tanto. Que muchos medios, en vez de buscar la verdad, buscan hacer ruido, quedar bien con su bando o simplemente ganar visitas.
El periodismo, en teoría, está para informar con rigor, comprobar los datos, dar contexto y no dejarse llevar por rumores. Pero lo que vimos con el caso de la bomba lapa fue justo lo contrario:
Publicaron una noticia falsa sin verificar.
Cortaron los mensajes originales para que dijeran lo que querían que dijeran.
Repetían el bulo en televisión y redes como si fuera una verdad incuestionable.
Y cuando se descubrió la verdad, muy pocos pidieron perdón.
Peor aún, muchos de los que se llenan la boca hablando de “luchar contra los bulos” y de “verificar la información”, fueron los primeros en difundir esta mentira. Algunos de los mismos periodistas y presentadores que critican a otros por desinformar, esta vez se callaron o miraron hacia otro lado.
Eso deja claro algo muy preocupante:
En España, la objetividad en los medios está en peligro.
Si un periodista solo verifica las noticias cuando afectan a su “equipo”, y no cuando las difunde él mismo, entonces no está haciendo periodismo. Está haciendo activismo disfrazado de noticia.
Y si los medios no se autocorrigen, si no hay consecuencias cuando manipulan, la confianza del público desaparece. Cada vez más gente deja de creer en los medios, se refugia en redes sociales o en canales alternativos, y eso abre la puerta a la confusión, al odio y al caos informativo.
Por eso, este caso no es solo un chisme más. Es una señal de alarma sobre la salud del periodismo en nuestro país.
Conclusión: ¿Desinformación accidental o sinfonía orquestada?
Después de repasar todo este escándalo, la gran pregunta sigue en el aire:
¿Fue todo esto un error periodístico o una maniobra perfectamente planificada?
Porque una cosa es cometer un fallo —todos podemos equivocarnos—
y otra muy distinta es cortar mensajes a propósito, repetirlos sin contexto, y mantener el bulo en el aire incluso cuando ya se sabe que es falso.
¿Se equivocaron todos los medios al mismo tiempo? ¿Repitieron la misma mentira, con los mismos cortes, por pura casualidad? ¿Todos malinterpretaron lo mismo, justo cuando más le convenía al gobierno?
Suena más a orquesta que a despiste.
Y si fue una orquesta, la partitura estaba clara:
Desviar la atención de los audios y escándalos del PSOE.
Atacar a Ayuso usando a Bonilla como diana.
Montar un relato de “peligro ultraderechista” justo en medio de la campaña política y mediática.
Todo esto con la colaboración de periodistas, medios, tertulianos y políticos que, por ideología, intereses o cobardía, jugaron su papel sin rechistar.
El resultado:
Una persona difamada.
Medios desacreditados.
Ciudadanos engañados.
Y la verdad, enterrada bajo toneladas de titulares falsos.
Y lo peor: cuando todo se aclara, nadie asume responsabilidades. Todo queda en “un error”. Recogen cable, borran tuits y siguen como si nada. Pero la desconfianza crece. La gente se da cuenta. Y poco a poco, el sistema informativo se va pudriendo.
Así que volvemos al título de este artículo:
¿Error por el clickbait… o una sinfonía orquestada?
Eso lo decides tú. Pero lo que está claro es que, cuando los medios juegan con fuego, lo que arde es la democracia.